CONFESIÓN TEATRAL

De nuevo he tenido la dicha de asistir, por cuarta vez en mi vida, a la representación de “Carmen en los ruedos” de Salvador Távora. Es la primera vez que he acudido a su teatro, ese que ha abierto con tanto esfuerzo y fatiguitas en las naves de Hytasa, junto a su Cerro del Águila, para ver esta obra de la que no me canso.
Cada vez que la veo le descubro algo nuevo. No tiene, en este escenario, la grandiosidad de la plaza de toros de la Maestranza, ni la perspectiva del Auditorio. Pero sí tiene otras cosas por la que merece la pena ver la representación en este lugar y que la ha hecho distinta para mí.
Todas estas cosas nuevas se resumen en una palabra: cercanía. Tal como dijo Távora al finalizar la sesión, en este teatro se puede escuchar la respiración del caballo, se huelen los habanos que lían sobre sus muslos las cigarreras, se ve el esfuerzo de las gargantas en el cante flamenco… se contagia uno de la pasión de los actores-bailaores y casi uno mismo se siente como parte de la obra. Tan cercana y tan íntima como una confesión.
Távora nos ha traído un nuevo concepto de escena con su teatro. Távora, nos acerca el arte escénico de otra forma… más cercano, valga la redundancia. Távora hace que nos confesemos con las tablas, los forillos, las luces, el vestuario, las músicas y las letras, las cornetas y los tambores, los bailes y el taconeo. Távora, incansable, ha vuelto a abrir el frasco de la sabiduría y nos ha ofrecido una convidá, una verónica, un quejío.
El Teatro Salvador Távora nos regala un nuevo espacio. Y yo les aseguro que no voy a dejar pasar la oportunidad de disfrutarlo. Por todo esto, desde aquí mi agradecimiento como parte del público de esta ciudad, a ese brujo de la coleta, torero del arte, cantaor de historias, emperador del Cerro. Gracias, Salvador, por no dejar muerta tu imaginación para el bien de todos.


En octubre volverá con “Carmen” y otra obra más. Allí volveré a estar. Lo prometo.