Cada 5 de enero suelo ver la Cabalgata de Reyes en dos ocasiones: la primera de ellas con un grupo de amigos, donde me rio bastante con las ocurrencias de muchos de ellos; y la segunda a solas con mi mujer, ya camino de la entrada de la misma. Si hay algo que distingue a estas dos "visiones" de la Cabalgata es el llevar o no llevar las gafas puestas. Me explico. En la primera ocasión, suelo estar en segunda o tercera fila y por miedo a que un caramelazo me deje sin esa prolongación tan necesaria de mis ojos, mis lentes pasan a estar bien resguardadas en un bolsillo. En la segunda "contemplación" del cortejo, me suelo posicionar un poco más alejado de las primeras filas y con las gafas donde deben estar -sobre mi nariz- y así poder ver mucho mejor cómo son las carrozas y admirar otros detalles que, por mor a la falta de mis cristales graduados y la bulla del momento, son imposibles de contemplar la primera vez. Cosas de la edad, supongo, esto de las gafas.
Lo cierto es que por la concurrencia de los hijos de los amigos con los que veo la Cabalgata la primera vez, se dan cada año muchos detalles que son más para ver con algo que no son los ojos. Este año, quien ha brindado este detalle a todos los que estábamos allí ha sido una pequeñita de no más de cinco o seis años de edad y de nombre Blanca. Les cuento, si soy capaz de describir el momento -momentazo de la noche-, porque no ha tenido desperdicio y aún, al recordarlo, me pone la carne de gallina.
La niña en cuestión estaba en los hombros de su padre, uno de los habituales del lugar. Ha llegado un momento en el que un beduino, sin duda conocido de su progenitor, se ha acercado hacia ella y le ha entregado una carta. A la niña se le ha cambiado el rostro. Una vez abierto el sobre, en una carta personalizada, Su Majestad el Rey Gaspar le decía algo así como que "ya había leído su carta" y otras varias cosas más. Ha sido, para mí, como digo el momentazo de la noche: ver los ojos iluminados de esa niña que de verdad creía que todo aquello era real. A esto se llama ilusión. Ilusión limpia y sincera de un niño.
No me han hecho falta las gafas para verlo. He visto todo lo que tenía que ver y he pensado que ya tenía el enganche, la percha, para este post. Qué más quisiera que poder contar con otras palabras el escalofrío que me ha transmitido la mirada de esa niña, pero siento no poderlo decir y contar de otra forma.
Al acabar de pasar las carrozas, le he pedido que me dejara ver la carta, ante la mirada socarrona de sus padres. Y por supuesto le he dicho la suerte que ha tenido por recibir la respuesta de su Rey. Llevaba la carta muy pegada al pecho, cogida con sus dos manitas -deditos casi sin uñas- y mucho me temo que me la ha dejado leer porque me conoce, que si no fuera así no la hubiera soltado. Estoy seguro que aún ahora, cuando escribo este post, si los nervios de la noche la dejan dormir, la seguirá teniendo muy cogida con sus manos o cercana a la cabecera de su cama. Sabe que su Rey se ha acordado de ella.
¿Cuánto vale la ilusión de esta niña? Si no tiene precio para mí el haber podido contemplar este detalle, su ilusión tampoco la tiene, ni la de sus padres.
Si algún día, dentro de muchos años, llegas a leer esto, quiero que sepas Blanca que a Carmen y a mí nos has hecho revivir en un instante, sólo con ver tus ojos, la ilusión de cuando éramos niños. Pero aún nos has dado, sin saberlo, un regalo mejor, algo que nos importa mucho más: nos has aventurado todo lo bueno que nos espera por delante, cuando quizás ya en la próxima Cabalgata, tú nos veas allí, en el mismo lugar de cada año, pero con un niña como tú entre nuestros brazos. Esta noche has sido, Blanca, nuestra
Estrella de Oriente de la Ilusión.
Sé también que a tu padre y a tu madre no les importará que dentro de algún tiempo, también busquemos a un beduino amiguete y les copiemos la ocurrencia...
...aunque, en esta noche de ilusión, nos asalta una duda ¿seguro que el beduino era un amigo de tu padre o de verdad esto ha pasado porque....?