sábado, 22 de diciembre de 2007

viernes, 14 de diciembre de 2007

OLORES

Sevilla es peculiar. Peculiar en toda su dimensión. No sé si pasarán estas cosas en otras ciudades, pero lo de Sevilla sin duda es especial. Les cuento.
Cada día paso por la calle Doña María Coronel entre las ocho y las ocho y cuarto de la mañana. Muchos días, mi mujer y yo nos deleitamos con el olor a bollería recién hecha que desprende el Convento de Santa Inés, en el instante que el coche está a la altura del último tramo de la calle (en la foto). Un instante, un solo instante, que el aire huele a gloria bendita.
Pero lo de esta mañana ha sido realmente espectacular e increible: todo el habitáculo interior del vehículo se ha impregnado de ese olor -delicioso olor- que nos ha acompañado hasta la misma Plaza de la Encarnación.
Nos hemos quedado callados los dos dentro del coche. Notábamos y sentíamos lo mismo. Pero ninguno de los dos lo decía. Y ambos creíamos que era bien una jugada de nuestra imaginación, bien una broma del olfato de cada uno. Al llegar a la Plaza de la Encarnación y detener el coche, nos hemos mirado y lo hemos dicho a la vez:
- ¿Notas todavía el olor a los bollitos de Santa Inés?
Ha sido intenso y permanente durante no menos de tres-cuatro minutos. Como comprenderán, una auténtica barbaridad de tiempo para el hecho en cuestión.
Esto nos ha hecho empezar el día de otra forma. Y decidir que de este fin de semana no pasa sin que compremos una docena.



Llevo todo el día pensando si cambiarle el nombre al blog: “Visto, oído… y olido”. ¿Qué les parece?

lunes, 10 de diciembre de 2007

LOS OCHO MESES DE IGNACIO

Cuando Ignacio nació, después de unos días de espera en el Hospital, todos nos preocupamos mucho: sus padres, sus abuelos, mi mujer y yo que somos sus padrinos, el resto de su familia, los amigos... Le visitábamos y veíamos a través de un cristal en el infantil de García Morato, (bueno, Virgen del Rocío). Así estuvimos varios días, pero como tengo la capacidad de archivar en un lugar muy hondo de mi disco duro este tipo de cosas, ya casi ni me acuerdo.
Ignacio es hoy día, después de cinco años, un ser extraordinario, más listo que el hambre, rápido de reflejos cuando ha hecho alguna travesura, guapo a rabiar, gracioso como él solo -sobre todo también en los momentos que se le debe reñir por hacer algo que no debe- y cariñoso con los que tiene a su alrededor. En suma, es un niño normal y corriente, por mucho que sea el ojito derecho de mi mujer y mío. Pero, insisto, fríamente es un niño normal, como cualquiera, desde el día en que nació.
Ignacio ha ido creciendo al ritmo que la vida le ha marcado, hablando cada día más, comiendo cada día mejor y más cosas… lo normal. En estos días ya casi empieza a leer. Otro paso más.
Ignacio se comporta como un niño de su edad, juega con los juguetes de los niños de cinco años y tiene las ocurrencias propias de esa fase de la vida. Lleva el Martes Santo una varita y reparte caramelos, como todos los niños. Se empacha, se cae y se hace daño en las rodillas, se resfría cada invierno y el pelo se le pone más rubio cada verano en la playa.
¿Saben por qué nos preocupamos tanto cuando nació? Porque Ignacio, ese Ignacio que desde el primer segundo de vida hace cinco años era un niño, nació a los ocho meses de la gestación. Pero su vida ha sido normal y corriente, como la de cualquiera. Y así lo seguirá siendo.



Quien quiera entenderlo que lo entienda. Quien no lo entienda, que pregunte en Barcelona por la Clínica Gimenedex.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

BALANCE

¿Recuerdan aquella escena de la película “Salvar al Soldado Ryan”, justo al final, cuando Matt Damon (creo que era él) pregunta -ya siendo viejecito- si había sido digno de vivir esa vida? Bueno, pues algo así me pasa a mi cada año cuando llegan estas fechas.
No es que me pregunte si he sido digno de vivir lo vivido durante el año, porque creo que sí. Me pregunto cómo ha sido el año, a pesar de que le falten aún más de veinte días para que concluya. Me gusta pensar y repasar todo lo que queda atrás.
Lo primero que 2007 me deja en el recuerdo es el frío del 18 de febrero, cuando mi madre se iba para siempre. También me deja el desasosiego de no haber viajado -este año tampoco- hasta China para recoger a esa niña que nos estará esperando. El año que se va me deja más sinsabores que alegrías, pero eso es así, no se puede tener todo lo bueno a la vez. No lo puedo calificar como annus horribilis, pero he de reconocer que los he tenido mejores.
Algo bueno de este año ha sido esta ventana, a través de la cual he conocido a muchas personas, aunque sólo sepa de ellas su nombre de guerra y su forma de escribir. Me basta y me sobra. He sacado mucho bueno de este blog (además de un magnífico electricista… ¿a que sí, Dama?). Y además me ha dado la posibilidad de escribir todo aquello que antes se guardaba en casa en un cajón. Como dije un día, aunque fuera sólo para mí y no me leyera nadie. Pero esto no ha sido así. Afortunadamente.
Pues aquí me tienen, haciendo el repaso de este año. Cada día se me ocurre algo nuevo, que en realidad no es nuevo sino que es pasado y que sirve para no caer en lo mismo en el futuro. Es una experiencia que quería compartir con todos ustedes y a la vez recomendarles. Es bueno recordar. Es bueno no olvidar. Y yo pretendo no olvidar nunca.




Oí decir una vez: “Los pueblos que no tienen memoria están condenados a caer en los mismos errores”. Pues eso.