NIÑOS
Cuando éramos niños, en la calle o en el colegio nos divertíamos con juegos propios de nuestra edad. Algunos de ellos hacían que todos los chavales nos tuviéramos que dividir en buenos y malos: policías y ladrones, indios y cowboys, etc. ¿Se acuerdan?
En ninguno de ellos imperaba la maldad, el deseo de venganza, el odio por el contrario y, mucho menos, el instinto de la muerte. Bien es cierto que en la mayoría de las ocasiones -sobre todo en los relacionados con el lejano oeste- utilizábamos pistolas de plástico y rifles (yo tuve un bonito Winchester, envidia de mis amigos), algo que creo que a ningún niño de mi edad nos ha dejado una secuela ni nada parecido. Era parte de la caracterización, porque junto a las pistolas también estaban las placas de sheriff, los sombreros, las cartucheras de plástico que imitaban la piel, el caballo de cartón, por supuesto. Éramos -o intentábamos ser- lo más parecido que se pudiera conseguir al mítico John Wayne.
Hace unos días he visto con tristeza niños jugando a la guerra… casi de verdad. Niños en Gaza que, con armas hechas de madera, juegan a algo que nada tiene que ver con lo que nosotros hacíamos. Niños que llevan su juego tan lejos como para interpretar también el final: el entierro de otro niño que se hace el muerto. Nosotros veíamos a Wayne en la tele. Ellos ven la guerra en su entorno.
Pero no todo queda ahí. Veo también como un padre enseña a su hijo a disparar… de verdad, con fuego y arma real; otro hombre dice, con toda naturalidad, que los niños deben aprender la guerra desde sus juegos; una mujer desea que su hijo crezca y se haga fuerte para vengar la muerte de sus hermanos mayores; otro niño idolatra a su hermano, que fue hombre-bomba, deseando poder morir como él…
Aquí lo dejo. Me empieza a doler el estómago. No quiero escribir más sobre esto. Lo siento.
En ninguno de ellos imperaba la maldad, el deseo de venganza, el odio por el contrario y, mucho menos, el instinto de la muerte. Bien es cierto que en la mayoría de las ocasiones -sobre todo en los relacionados con el lejano oeste- utilizábamos pistolas de plástico y rifles (yo tuve un bonito Winchester, envidia de mis amigos), algo que creo que a ningún niño de mi edad nos ha dejado una secuela ni nada parecido. Era parte de la caracterización, porque junto a las pistolas también estaban las placas de sheriff, los sombreros, las cartucheras de plástico que imitaban la piel, el caballo de cartón, por supuesto. Éramos -o intentábamos ser- lo más parecido que se pudiera conseguir al mítico John Wayne.
Hace unos días he visto con tristeza niños jugando a la guerra… casi de verdad. Niños en Gaza que, con armas hechas de madera, juegan a algo que nada tiene que ver con lo que nosotros hacíamos. Niños que llevan su juego tan lejos como para interpretar también el final: el entierro de otro niño que se hace el muerto. Nosotros veíamos a Wayne en la tele. Ellos ven la guerra en su entorno.
Pero no todo queda ahí. Veo también como un padre enseña a su hijo a disparar… de verdad, con fuego y arma real; otro hombre dice, con toda naturalidad, que los niños deben aprender la guerra desde sus juegos; una mujer desea que su hijo crezca y se haga fuerte para vengar la muerte de sus hermanos mayores; otro niño idolatra a su hermano, que fue hombre-bomba, deseando poder morir como él…
Aquí lo dejo. Me empieza a doler el estómago. No quiero escribir más sobre esto. Lo siento.
6 comentarios:
Yo también tuve una pistola de juguete. Era preciosa, con su tambor y su martillo, sin embargo a mi me gustaba más 'el manco' de "La muerte tenía un precio" o 'el rubio' de "El bueno, el feo y el malo".
La otra historia, desgraciadamente, es así querido amigo. Desgraciadamente. Pero lo peor de todo es que no se ve solución en el horizonte.
Un fuerte abrazo.
Por eso lo cuento, porque lo más doloroso es que no se atisba un rayo de luz aunque sea muy lejano. Estos niños ya crecen con el odio y la guerra, será para ellos algo normal el día de mañana.
¿Nadie puede parar esto?
Quizás nadie pare ésto, porque así se mantiene para el futuro el negocio de la guerra.
Nuestros juegos, querido Andréu, sí que nos han dejado secuelas... Quizá seamos la última generación con capacidad de escandalizarse por la barbarie.
Un abrazo.
Estimado convidado: y eso sin meternos en lo que juegan hoy los niños, que también es para escandalizarse: game boys y maquinitas similares, que tendrían que sacar juegos educativos, al menos para que sirvieran de algo más que para atontar a los niños.
Algún día, los niños de hoy se darán cuenta de lo que se perdieron por no jugar a la lima o "al cielo voy" (¡que buen chichón me hice!)
Pero bueno, este tema puede ser motivo de otra entrada.
Ya he descubierto tu rincón -como conozco tus inquietudes y te admiro- toma un granito de arena para seguir construyendo esta montaña.
Pobres niños sin consuelo
En medio de una batalla
Sin cuartel en el infierno
De una absurda guerra santa.
Un abrazo.
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