jueves, 2 de abril de 2009

AQUEL, AQUELLA

En poco más de unas horas, el sol de la primavera de una ciudad que vuelve a reinventarse, proyectará sobre el negro asfalto o sobre la pureza blanca de una pared encalada, la espigada sombra de un nazareno. Comienza entonces, al contemplar el andar presuroso de la primera de estas figuras que tanto nos dice, la fiesta de los sentidos.

El nazareno, tras Él y Ella, es el protagonista de esta fiesta de la fe. No lo será ni la música ni las flores; ni el incienso ni el azahar; ni las torrijas de La Campana ni las mediasnoches de Ochoa; ni las sillas ni los palcos; ni la calleja oscura ni la ancha avenida. Ni tan siquiera los costaleros y los capataces.

El nazareno. El más desconocido de los conocidos.

Aquel que, desde una Cruz de Guía va marcando un camino que cada año parece distinto, siendo idéntico en los lugares aunque nunca igual en los sentidos.

Aquel que, con su cirio al cuadril, alumbra la noche de una ciudad que guarda durante siete días en un duermevela de ensueño, viviendo la mejor pesadilla que nunca pudo soñar.

Aquel que, con insignia o vara, nos muestra la mejor artesanía de la ciudad, que en pleno siglo de las tecnologías aún sigue cincelando, bordando y dorando las manos del hombre.

Aquel que renuncia a las imágenes de sus devociones, a las que ansía ver cada año en la calle y de las que solo acierta a adivinarlas en las pupilas de aquellos que le hacen camino al andar.

Aquel que quiere imitar los pasos de Aquel al que sigue, cargando con una liviana cruz.

Aquel que, desde la soledad del tramo, no logra ni tan siquiera adivinar los sonidos de su pasocristo o su pasopalio.

Aquel que hace posible todo esto.

Porque ¿qué serían las cofradías sin nazarenos?

Veremos al primer nazareno y sabremos que ya todo es imparable. Que ha llegado el momento del júbilo, de la dicha desmedida, del llanto y la sonrisa, del sonido, del olor, de la oración y la promesa y de tantas y tantas cosas...

Por eso son estas líneas, las últimas antes de la gran fiesta, las que dedico… ¿al nazareno?

No.

Prefiero mirar unas horas atrás. Porque para ser y sentirse nazareno en Sevilla es preciso un milagro: el de las manos de una madre, de una esposa, de una mujer.

Aquella que ha guardado los imperdibles de un año a otro para recoger una cola.


Aquella que ha planchado la interminable capa y ha pegado escudo y botones.


Aquella que descose y cose dobladillos y mangas según le marcan las hojas del calendario de la vida.


Aquella que contempla desde el balcón la marcha del hijo de la mano del padre o del abuelo, camino de la Iglesia.


Aquella que, por voluntad propia, desconoce qué se siente bajo el antifaz de sarga, de ruan, de lana de merino o de raso.


Aquella que se esmera en el frugal almuerzo del gran día, que prepara la cena para el cansancio de la noche.


Aquella que vigila, sin ser vista, de entre la bulla la penitencia de los hombres de su casa.


Aquella que, generación tras generación, va tomando y pasando el testigo de este dulce rito de vestir al nazareno.


A ellas, porque así lo aprendí, así lo vivo y así lo transmitiré.

Y porque sí.

Las que de verdad hacen que esta ciudad se reinvente cada año. Las que nos hacen ser y sentirnos nazarenos de Sevilla, por la gracia de un solo Dios.

Ahora sí, ya ha comenzado la fiesta. La fiesta de todos. Muestren su felicidad como saben, incluso dejando escapar el llanto... ¿Habrá mejor Pregón de la Semana Santa que oir decir que ya lo que se quiere es llorar? Por lo que más quieran -nunca mejor dicho- sean felices y hágannos felices a los que estamos a su alrededor…

…y conscientes de que, un año más, sus manos han modelado el milagro: esta locura que llamamos Semana Santa.

Va por ustedes, señoras.

Feliz Semana Santa





PD. 1: Aviso para navegantes. Tras escribir estas líneas, no quiero que nadie se llame a engaño. Quien me conoce sabe que he defendido -y defenderé- a la mujer en la Hermandad y en la Cofradía, participando como parte activa de la misma vistiendo la túnica nazarena. Que nadie, por tanto, malinterprete el contenido de este texto.

PD. 2: Al igual que el año pasado, aquí se cierra este blog hasta como mínimo el Domingo de Resurrección. Lo siento, pero es que esta semana que entra tengo muchas cosas que hacer…


3 comentarios:

Antonio dijo...

La Semana Santa nos está esperando. Poros abiertos.

Espero tengas una buena estación de penitencia, en un esplendoroso Martes Santo. Pisando mucha calles comunes seguiremos el mismo destino bajo el sol de Sevilla. Y tras los tópicos... un fuerte abrazo hermano.

Nos veremos en las esquinas esperando ciriales... por aquí no je je je

Antonio

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Buenos días.
Anoche de camino hacia casa por la calle Bustos Tavera, vi y me asalto la misma duda que expones cuando describes la soledad del nazareno.
El comentario de mi hijo fue: que silencio por aquí. El paso del Señor ya estaba pasado Santa Isabel y el de palio estaba aún en Dª Maria Coronel por lo tanto nada se escuchaba en ese terreno de nadie.
Como he comentado por mi casa, sin nazarenos, o mejor sin "capiroteros" creo que no existirían las cofradías.
Un abrazo

Híspalis dijo...

Precioso homenaje a esas mujeres cofrades que siempre están ahí. Feliz Semana Santa. Un abrazo.