viernes, 14 de noviembre de 2008

CARTA ABIERTA A RAFAEL RIVAS

Faltan, cuando escribo estas líneas, apenas dos horas. Dos horas de una tarde noche que se barrunta distinta. Sí, estoy convencido: esta tarde noche es ya distinta. Y tú lo sabes igual que lo sé yo. Lo sabemos también todos los que te conocemos. Esta tarde noche, de fríos que ya se nos vienen encima, de atardeceres otoñales tristes, tardes en las que el sol se marcha casi antes de tiempo (¡qué diferencia con esa Cuaresma que tanto nos gusta!), será de otro color. Hoy, como te digo ahora, a tan solo menos de dos horas, serás tú el que por el breve -brevísimo- espacio de varias calles le marques el camino a quien te lo lleva marcando toda la vida a ti y a los tuyos. Le devuelves a su casa.

Ahora, a tan solo menos de dos horas de que esto pase, los dedos se me deslizan por el teclado buscando palabras distintas a la que mi cabeza quiere escribir… pero no puedo.

Y sólo me sale una: envidia.

La envidia, amigo mío, te aseguro que nunca es sana, ni buena. Siempre es mala. Yo me río de aquellos que dicen la manida frase de la “envidia sana”. Esto es mentira. No existe. Y el que lo dice es la persona más envidiosa del mundo. Pero, por el contrario, nada apunta a que la envidia sea motivo de discordia. Si solo se siente y no se lleva a ningún extremo tampoco tiene que ser algo perverso: es, simplemente, un humano sentimiento más. Y si le añades que se diga con valentía a la cara del otro, pues tampoco entiendo que esto sea un pecado capital, tan sólo si acaso una leve falta que, estando Él por medio, sabrá perdonar.

Sí, Rafa, yo hoy te envidio. Así, por derecho y a las claras.

Envidio tu cercanía esta tarde. No digo a quién, porque ya lo sabes. Envidio de hoy el que seas quien le marque Sus pisadas. Envidio de hoy, de esta tarde fría de otoño, que puedas ser tú quien aparte las espinas de Su camino. Envidio a tus oídos, a los que llegará el silente sonido del movimiento de Su túnica. Envidio poder ver el rostro de tantos y tantos que se agolparán a su alrededor y que, curiosamente, no repararán en ti, porque sus ojos mirarán hacia arriba buscando Sus ojos. Envidio tu disciplina ante Sus andas, tu responsabilidad, tu orgullo y tu destreza.

Envidio a las manos que han puesto Sus flores, que han fundido Su cera, que han atado Su cordón, que han ajustado Su corona, que han asegurado Su cruz. Manos que seguro que han sido las tuyas.

Envidio las conversaciones que habrás tenido con Él, en el escenario de Santa Rosalía. Envidio las veces que habrás limpiado Su talón, que habrás quitado el polvo del terciopelo de Su túnica. Envidio como habrás cuidado y velado por Sus cosas mientras ha estado fuera de Su casa.

Y envidio el tiempo, mucho tiempo, que te queda aún que compartir con Él. Y a Él contigo, que para eso eres uno de Sus hijos.

A ti, que compartes conmigo túnica negra de tarde de Viernes Santo, te envidio hoy más que nunca. Pero no quiero que me lo reproches. De aquí no pasará. Te lo aseguro.






Sé que me perdonarás y no lo tendrás en cuenta. Porque tú sabes -mejor que yo- que ser el Prioste del Señor del Gran Poder es, simplemente, ENVIDIABLE.





5 comentarios:

ANTONIO SIERRA ESCOBAR dijo...

ciertamente ENVIDIABLE, querido hermano.

Paços de Audiência dijo...

Ya te digo.

La gata Roma dijo...

Comparto aquello de que envidiar sanamente es manido, y yo no me lo creo la verdad.
Es normal sentir envidia en un caso como este; yo envidio a los que hicieron la foto que yo vi, y que no me dio tiempo de hacer…
Kisses

el aguaó dijo...

Bellísima entrada y homenaje amigo mío.

Seguro que Rafael estará orgulloso.

Un abrazo muy fuerte.

Beatriz Medina Aneas dijo...

Saludos, te he agregado a mi blog porque me parece muy interesante, haz tu lo mismo por favor.

Un abrazo.